viernes, 19 de octubre de 2012

SIN TÍTULO







A veces, cuando me propongo escribir porque tenga un ratito de soledad o simplemente  porque se me apetezca, las ideas desaparecen de mi memoria para esconderse en no se que rincón de mi cabeza. Otras una simple palabra, un olor, un ruido, una melodía... desencadena una serie de recuerdos que se amontonan y entremezclan esperando salir, no importa donde me encuentre ni que esté haciendo, mi mente empieza a hilvanar relatos a la espera de papel y boli. Muchos de ellos, tal vez los mejores, nunca verán  la luz, se disipan, se adormecen, se olvidan, a falta del momento de ser rescatados. Los mejores surgen en ese estado de semiinconsciencia  que precede al sueño, me prometo a mi misma escribirlos sin olvidar detalle y al llegar el día se desvanecen con los primeros rayos de luz.
Este  que voy a intentar escribir hoy, está empujando, no me deja concentrarme en nada, surgió sin mas, me vino a la mente al recordar una de las famosas frases de mi padre que tanto temíamos mis hermanos y yo por lo que traía consigo, «tarea asegurada» para según él, (nosotros vagos en potencia) solo pensábamos en jugar. La cosa comenzaba con ...Don Filomeno de...(omito el apellido) poseedor de una gran fortuna y de unos hijos igual de vagos que nosotros, a los que  encomendaba toda clase de tareas a pesar de disponer de empleados al cuidado de la casa e hijos, porque así, en un lejano día de mañana, serían «personas de provecho» . Para mi padre que nos adoraba, el tal Filomeno (salvador de su «prole») todo un modelo a seguir.
Anda que no nos daba rabia  si este se nombraba en vacaciones de verano, justo cuando nos disponíamos a jugar.
Una de esas tardes o mañanas,a los hijos de mi padre, o sea a nosotros, para no ser menos que los trabajadores y ejemplares hijos del susodicho, se nos encomendó tarea, a mi hermano mayor y a mi nos tocó el baño. Los grifos eran la manía  de mis padres que los querían relucientes, para ello los refregábamos con unos viejos cepillos de dientes hasta reflejarnos en ellos. Se limpiaban además con una pasta  espumosa al máximo (quiero creer que sería biodegradable) con un olor que aún recuerdo, como decía mi madre «olor a limpio» No se quien diseñaría el envase que contenía el tal «gior» imposible de dosificar, el contenido era tan espeso, el bote tan blando, apretabas por la mitad hasta que el liquido subía y subía, si dejabas de apretar este volvía a desaparecer dentro de la botella, eso sí, esta tenia que estar siempre hacía arriba si no querías verterlo todo de una vez. Mi hermano mayor más habilidoso que yo en estos menesteres, le tenía cogido el «tranquillo» a la botella. Los grifos del lavabo brillaban cómo espejos! así que ahora era el turno de los de la bañera, eran cuatro y estaban en la pared por lo que para limpiarlos lo hacíamos desde dentro de la misma, era verano, hacia mucho calor, no se si la idea de «colocarnos» los bañadores fue de mi hermano o mía pero allí estábamos, cepillo en una mano, bote de «gior» en otra 40º grados... pusimos el tapón a la bañera, abrimos el grifo para refrescarnos un poco y «trabajar» mejor, mi hermano «el dosificador de detergente» debió de apretar más de la cuenta el bote y la pasta salió toda de una vez, cayendo dentro de la bañera con agua. Intentamos sin éxito por nuestra parte introducir el detergente en el bote antes de que se mezclase con el agua. La espuma empezó a crecer y crecer y crecer...y nosotros a olvidarnos de los cepillos, de los grifos y de los ejemplares hijos del Filomeno, nos sumergíamos en la espuma una y otra vez. El agua seguía cayendo y la espuma se desbordaba por el borde de la bañera cubriendo el suelo          
 del baño, pasamos de submarinistas en las frías aguas de la Antártida a esquiadores en los Alpes, la «nieve» nos cubría el pelo  resbalando por los hombros... con la fiebre del juego no vimos a nuestros padres aparecer, la regañina fue tremenda, llorábamos de picor, picor por algún que otro coscorrón, picor por el «gior» que nos entraba en los ojos, picor en la piel al secarse semejante «espumadera».

Aún hoy en día al recordarlo, no se como mis padres acabaron con las montañas de espuma del baño, que a partir de ese día jamás se encomendó la tarea de limpiarlo a ningún «dueto» y siempre se hizo de uno en uno y con el jabón dosificado en una taza. Eso sí este  nunca estuvo más reluciente que aquel «fatídico» día ni nosotros más limpios.

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