martes, 26 de junio de 2012

"UN DÍA DE CUALQUIER VERANO..."






  Hoy voy a intentar escribir algo de esos instantes en los que mis hermanos y yo hemos participado merecedores de ser recordados, eran otros tiempos, otros juegos, otra forma de vida... Las familias todas numerosas, la diferencia de edad entre los hermanos la mínima posible.
 Nuestros padres “la paciencia personificada”éramos y somos cuatro hermanos a cual más creativo en cuanto a diseñar travesuras y llevarlas a cabo. Lo teníamos todo, el cerebro pensante mi hermano mayor, la lanzá mi hermana pequeña, el comodín de los todos, nuestro hermano pequeño y el toque de fantasía una servidora. Todo unido y bien batido un “coctel peligrosísimo” si a ello se le suma una casa enorme con un jardín impresionante donde se podía encontrar todo lo que cuatro mentes ávidas de aventura pudiesen desear... relato asegurado!
 Teníamos un pozo del que se abastecía de agua medio barrio y  en que nos encantaba asomarnos y cuando no había ningún adulto a la vista echábamos  el cubo e intentábamos sacar agua, aún recuerdo el tacto de la “soga” pulida de tantas manos, el ruido que hacía la polea de hierro, el cubo chocando contra los muros del pozo, el tintineo del agua al caer... mis hermanos y yo tirando con toda la fuerza de la que éramos capaces, hasta que este asomaba por el brocal  medio vacío. Con un cazo de metal bebíamos el agua más fresca, más buena que hemos bebido nunca!!
 Las tardes de calor cuando mis padres regaban las plantas, aparecíamos los cuatro a la espera del mangerazo de agua que con gritos y palmas era bien recibido. Tapábamos con plástico y telas el desagüe para deslizarnos por el suelo hasta acabar exhaustos y magullados.
 Llegaba la hora de la merienda, todos acicalados con un trozo de pan con lo que fuese y a la calle con los amigos, en una sola tarde se llegaba a degustar trozos de bocadillos de todos los sabores. Se compartía todo lo compartible, cuerdas, canicas, limas, lozas para el pique, cromos, tebeos... entrada la noche nuestras madres o abuelas nos iban llamando para cenar, corríamos unos para allí otros para acá y en segundos se quedaba la calle desierta y muda.
 Después de cenar si teníamos la suerte de que fuese verano, la familia al completo cargaba con sillas, taburetes, tumbonas... todo lo que tenía patas servía para pasar un rato «al fresco» donde  poco a poco el círculo se iba agrandando con la llegada de los vecinos. Las madres y abuelas abanicos en mano charlando de sus cosas, los padres y abuelos de las suyas y lo más pequeños corriendo de un lado para otro, llevábamos linternas para  nuestras «correrías nocturnas» ya que aún no tenían las calles alumbrado público, sólo se divisaba en la oscuridad en el círculo de luz amarilla a los tertulianos y a mosquitos y polillas pululando a su alrededor.
El «búcaro» con agua fresca del que nunca he sido capaz de beber sin que me entrase por la nariz, iba de mano en mano, el vinagre con el que nos frotaban piernas y brazos para evitar las picaduras de mosquitos y del que nos gustaba echar un tragito de vez en cuando, era aroma inconfundible en las noches de verano.
 Los más pequeños dormidos ya en el regazo de madres y abuelas, eran conducidos a la cama en silencio, era la hora de empezar a recoger bártulos entre quejas y súplicas por nuestra parte de «un ratito más porfa». A veces las súplicas tenían recompensa y las abuelas eran las encargadas de cuidar de nosotros una vez nuestros padres agotados por la jornada de trabajo se retiraban a descansar.
 Llegaba la hora de las historias contadas entre susurros, la del niño del zurrón era nuestra  preferida , aunque la sabíamos casi de memoria, daba igual, el narrad@r siempre introducía algo nuevo que nos hacía temblar de miedo y aseguraba la pesadilla!
 A medianoche terminada la tregua, cada uno con su asiento, seguíamos a mi abuela en fila india intentando no quedarse atrás en la oscuridad, donde podíamos distinguir la silueta amenazante del hombre del zurrón o tío del saco. Ya en el dormitorio respirábamos aliviados y terminábamos por dormir todos en la misma cama apretujados y lo más cerca posible de la abuela, aunque cómo por arte de algún hada o duende nocturno amanecíamos cada uno en nuestras respectivas camas y con nuestro respectivo herman@.
         
               A mis hermanos y a nuestras mil aventuras que sin ellos me hubiese sido imposible primero vivirlas y luego narrarlas. Con todo mi amor!!