viernes, 6 de abril de 2012

HUEVOS DE PASCUA

Mi relato de hoy quiero que sea muy especial, al menos en mi mente ocupa un lugar privilegiado, al pasarlo al papel haré un cóctel entre lo real e irreal, los recuerdos son así: como son, como quisiéramos que hubiesen sido y como los recordamos.

Voy a viajar en el tiempo, pasado, presente, futuro, realidad, fantasía... da igual, veremos qué sale!!

En la cocina de la casa de mis padres mi abuela cuece huevos, experta en estos menesteres, todos en su punto ninguno resquebrajado humean en una bandeja cerca de la ventana. Mis hermanos y yo nerviosos imaginando mil y una forma de decorarlos. Mis padres supervisan la escena para que todo esté como debe de estar, regañando al hermano que por turnos y faltos de paciencia acabábamos con los dedos rojos al intentar coger el huevo aún caliente.

Cada año se aumentaba el número de los mismos conforme íbamos creciendo, arma de doble filo, nos llevábamos días comiéndolos de todas las maneras conocidas y otras por conocer.

Llegado el momento de depositar la bandeja sobre la mesa, la llevase quien la llevase nosotros todos detrás escoltando el tan ansiado tesoro, con la vista fija en ella, tropezando con todo, poniendo en peligro el equilibrio del transportad@r. Ya en la mesa pequeños y mayores respirábamos aliviados frente a la montaña de bolas blancas. Lápices y rotulas de todos los colores y tamaños la mayoría mordidos por las puntas: si te fallaba la inspiración a la boca un par de mordidas con la vista fija en el techo...ideas a «puñaos».

En la medida que la bandeja del color iba ganando nosotros lo hacíamos en agotamiento y dolor de dientes de tanto morder, nos despistábamos de la tarea, suerte que mi abuela acababa por decorar los últimos. BIENNNN!!! ahora llegaba lo mejor, la valoración del jurado, mis padres ponían precio a nuestras obras de arte y como siempre ninguno de los hermanos estábamos en total acuerdo con el veredicto por lo que se acababa por derramar alguna que otra lágrima que pronto se olvidaba al llegar la hora en que mis padres escondían los huevos decorados y valorados, en los distintos lugares de la casa, cada año se acotaba uno diferente y casi siempre al aire libre.

Esperábamos impacientes imaginando el mejor escondite sin soltar prenda entre nosotros, mi abuela era la «guardiana» encargada de vigilar cualquier movimiento por nuestra parte, los cuatro hermanos sentados en el sofá esperando el aviso de nuestros padres desde el patio para salir en estampida arrastrando hermanos pequeños, gato, sillas cortinas... y aterrizar en le patio a todo lo largo. Buscábamos y buscábamos y volvíamos a buscar si encontrábamos algo el grito del afortunado paralizaba a los demás, rabiosos por no haber mirado antes allí o por haberlo hecho y no encontrar nada. Mi abuela también participaba en la búsqueda con nosotros para ayudar a los pequeños por lo que se podían esconder huevos donde ni de puntillas se podía llegar, precisamente en las alturas estaban los más valorados por lo que mi hermano mayor siempre se las ingeniaba para encontrar alguno como fuese. Mis padres ayudaban en la labor diciéndonos frío, frío, templado, caliente , caliente qué te quemas.... si divisabas el «trofeo» a veces funcionaba la técnica del disimulo, otras se nos adelantaba el espabilad@ para dejarnos perplejos por lo que la rapidez en los movimientos era muy importante. La hora de hacer la cuentas era lo mejor, esperábamos en fila nuestro turno hasta que mis padres iban separando los huevos en cuatro montones y sumando las cantidades que nos pertenecían a cada uno, una vez saldada la cuenta nos reuníamos los cuatro para deliberar qué comprar con nuestra pequeña fortuna, los mayores intentábamos sin conseguirlo, engañar a los pequeños que siempre estaban asesorados por mi abuela.

Con todo mi amor para mi maravillosa familia por darnos tantos momentos especiales que espero poder ir relatando en sucesivas entradas.

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